Todo había sucedido entre los dos, se habían convertido en los eternos amantes, amigos, confidentes, en fin, todo eso que hace unir a las personas y que va más allá del amor. Mejor dicho, cómplices enamorados. No existían secretos entre los dos, no existía espacio ni tiempo que no se haya explorado en la ausencia de uno. Mariana no podía entender la vida sin Ernesto (por lo menos así fue hasta hace un par de semanas). Su amor no era rutina ni costumbre, era la necesidad del uno y del otro, como el aire al viento, la brisa al mar, el llanto al sentimiento, en fin, todo era habituado para dos, él y ella.
Ahora, sólo han quedado las memorias, una memoria (recuerdos) que no sólo es guardada en la mente sino en el corazón, como una yaga que lástima al recordar, que si das un movimiento te cala más y más, en el cual ya no sabes si morir o desistir a esas memorias hirientes, que duelen hasta las entrañas de todo el existir.
Ella jamás imaginó que ese amor tan sublime, tan puro, tan natural, con esa vives y ese decoro que comenzó una noche de marzo fuera ha terminar sin palabras, sin presencia, ni un solo argumento que descifrara ese código del silencio, un silencio atónito.
Cuándo se conocieron, ella sintió en su ser una luz de vida, un motivo, una razón para existir y seguir adelante porque habían pasado muchos años rutinarios, sin novedad, sin impulsos que le hicieran continuar. Era una noche cálida, en un mes en donde el cielo está despejado, las estrellas brillaban más que una esmeralda, podían escuchar desde su mesa las olas que chocaban al terminar su oleaje sobre las rocas que por decoro de la misma naturaleza terminan a orillas del malecón, la luna se reflejaba en el mar, que a simple vista pasivo y silencioso no era más que el reflejo mismo de los dos, pues ambos así se veían. Pero en el interior de los mismos había un encuentro de sentimientos, la química que el cuerpo expiraba y que les gritaba ya fuera expulsada, en fin, era una noche ideal, un lugar ideal, con un chico ideal, (que ironía, ahora lo piensa ella). Nada fue tan preciso como la seducción en las palabras pues no era necesario ir a la cama para darse cuenta del excelente hombre que estaba frente a ella, y él pensaba lo mismo de ella. Era como si el tiempo y el espacio hubieran sido cómplices para unirlos. No habían pasado ni cuarenta minutos y parecía que ya se conocían de toda la vida, coincidencias, razones, planes, criterios, todo era eso, coincidencia, o quizá su complemento. Esa noche fue grandiosa, nunca ella ha dejado de agradecerle a su Dios esa dicha, ese halago, ese placer que le dio la vida al haberlo conocido y de haber hecho de ella la mujer más feliz sobre el universo, aunque eso solo haya durado unos segundos, porque así fue para ella, los casi ocho años de estar con él solo fueron como unos segundos pues todo era grandioso. No hubo día que no hubiera novedades, ideas compartidas o ilusiones creadas para estar juntos hasta la eternidad. Pasaron momentos de infortunios, hubo alegrías, gozos, esperanzas, sin embargo solo quedan metas por cumplir. Toda una vida se fue, se la ha llevado el viento.
Habían quedado de verse al crepúsculo del día en la quinta grande, propiedad de los padres de Mariana, festejarían sus ocho años y ocho días de estar juntos, era un excelente lugar para conmemorar ese momento, y no porque la quinta fuera solo la casa de descanso y tuvieran todo a sus pies para desahogar su amor y pasión que nunca saciaban, sino porque era un encuentro con todo aquello que permitió la unión de los dos, el mar, el atardecer, el viento, en fin. Ya había pasado el tiempo acordado y Ernesto no daba señales de presencia, algo anormal en él pues si algo lo distinguía era su marcada puntualidad, Mariana pensó que probablemente se le había hecho tarde porque el paseo acuático que dieron en el medio día le demandaba un siesta, o quizá había tráfico para llegar a la quinta pues ésta estaba en un lugar en donde los turistas se aglomeran para disfrutar del paisaje. Espero sentada en la hamaca su lugar favorito, dos, tres, cuatro horas más tarde y nunca llego. Definitivamente se quedó dormido, pensó ella. Y sí, se quedó dormido en la eternidad, pues al llegar a su casa, la mamá de Mariana impaciente por no encontrarla y atónita para darle la mala noticia a su hija, soltó el llanto antes de decirle que su eterno enamorado había regresado a la playa por unas cosas que había olvidado durante el paseo con Mariana y se volcó en su jeep, en la barranca que había sido tantas veces transitada por ambos camino a la playa. ¿Por qué?, se ha preguntado ella, ¿Qué paso?, ¿por qué tenía que ocurrir esto?, sólo Dios y el destino saben porque tenía que pasar esto… Ahora ella solo sabe que en el buró de su recamara, Ernesto tenía una tarjeta para Mariana y un hermoso anillo de compromiso que esa tarde, frente al mar como testigo, le declararía su amor eterno.
Mariana aún tiene frescas esas memorias de un gran amor que quizá jamás podrá ser superado.
Anónima.
Ahora, sólo han quedado las memorias, una memoria (recuerdos) que no sólo es guardada en la mente sino en el corazón, como una yaga que lástima al recordar, que si das un movimiento te cala más y más, en el cual ya no sabes si morir o desistir a esas memorias hirientes, que duelen hasta las entrañas de todo el existir.
Ella jamás imaginó que ese amor tan sublime, tan puro, tan natural, con esa vives y ese decoro que comenzó una noche de marzo fuera ha terminar sin palabras, sin presencia, ni un solo argumento que descifrara ese código del silencio, un silencio atónito.
Cuándo se conocieron, ella sintió en su ser una luz de vida, un motivo, una razón para existir y seguir adelante porque habían pasado muchos años rutinarios, sin novedad, sin impulsos que le hicieran continuar. Era una noche cálida, en un mes en donde el cielo está despejado, las estrellas brillaban más que una esmeralda, podían escuchar desde su mesa las olas que chocaban al terminar su oleaje sobre las rocas que por decoro de la misma naturaleza terminan a orillas del malecón, la luna se reflejaba en el mar, que a simple vista pasivo y silencioso no era más que el reflejo mismo de los dos, pues ambos así se veían. Pero en el interior de los mismos había un encuentro de sentimientos, la química que el cuerpo expiraba y que les gritaba ya fuera expulsada, en fin, era una noche ideal, un lugar ideal, con un chico ideal, (que ironía, ahora lo piensa ella). Nada fue tan preciso como la seducción en las palabras pues no era necesario ir a la cama para darse cuenta del excelente hombre que estaba frente a ella, y él pensaba lo mismo de ella. Era como si el tiempo y el espacio hubieran sido cómplices para unirlos. No habían pasado ni cuarenta minutos y parecía que ya se conocían de toda la vida, coincidencias, razones, planes, criterios, todo era eso, coincidencia, o quizá su complemento. Esa noche fue grandiosa, nunca ella ha dejado de agradecerle a su Dios esa dicha, ese halago, ese placer que le dio la vida al haberlo conocido y de haber hecho de ella la mujer más feliz sobre el universo, aunque eso solo haya durado unos segundos, porque así fue para ella, los casi ocho años de estar con él solo fueron como unos segundos pues todo era grandioso. No hubo día que no hubiera novedades, ideas compartidas o ilusiones creadas para estar juntos hasta la eternidad. Pasaron momentos de infortunios, hubo alegrías, gozos, esperanzas, sin embargo solo quedan metas por cumplir. Toda una vida se fue, se la ha llevado el viento.
Habían quedado de verse al crepúsculo del día en la quinta grande, propiedad de los padres de Mariana, festejarían sus ocho años y ocho días de estar juntos, era un excelente lugar para conmemorar ese momento, y no porque la quinta fuera solo la casa de descanso y tuvieran todo a sus pies para desahogar su amor y pasión que nunca saciaban, sino porque era un encuentro con todo aquello que permitió la unión de los dos, el mar, el atardecer, el viento, en fin. Ya había pasado el tiempo acordado y Ernesto no daba señales de presencia, algo anormal en él pues si algo lo distinguía era su marcada puntualidad, Mariana pensó que probablemente se le había hecho tarde porque el paseo acuático que dieron en el medio día le demandaba un siesta, o quizá había tráfico para llegar a la quinta pues ésta estaba en un lugar en donde los turistas se aglomeran para disfrutar del paisaje. Espero sentada en la hamaca su lugar favorito, dos, tres, cuatro horas más tarde y nunca llego. Definitivamente se quedó dormido, pensó ella. Y sí, se quedó dormido en la eternidad, pues al llegar a su casa, la mamá de Mariana impaciente por no encontrarla y atónita para darle la mala noticia a su hija, soltó el llanto antes de decirle que su eterno enamorado había regresado a la playa por unas cosas que había olvidado durante el paseo con Mariana y se volcó en su jeep, en la barranca que había sido tantas veces transitada por ambos camino a la playa. ¿Por qué?, se ha preguntado ella, ¿Qué paso?, ¿por qué tenía que ocurrir esto?, sólo Dios y el destino saben porque tenía que pasar esto… Ahora ella solo sabe que en el buró de su recamara, Ernesto tenía una tarjeta para Mariana y un hermoso anillo de compromiso que esa tarde, frente al mar como testigo, le declararía su amor eterno.
Mariana aún tiene frescas esas memorias de un gran amor que quizá jamás podrá ser superado.
Anónima.
Me permito nuevamente publicar otro excelente post de una colaboradora anomina. Francamente es increible como se pueden expresar sentimientos solo con palabras.
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